La Debacle Intencionada
- Ronald Goncalves.
- 10 feb 2019
- 4 Min. de lectura

No resulta sorpresivo que, al describir la situación económica venezolana de los últimos cinco años, sólo adjetivos negativos se le puedan ser atribuidos. El decaimiento constante e imparable de los indicadores macro y microeconómicos son una realidad que se traduce de decisiones nocivas por parte del Ejecutivo que, cabría pensar, son dignas de un gobierno que desconoce la materia y, por ende, incurre en errores tan esenciales como los aumentos artificiales del salario, la impresión de billetes de forma desmedida, los controles cambiarios, entre otros. No obstante, analizando de manera sosegada las políticas impartidas a lo largo de los últimos años, se constatan dos aspectos: primero, su continuidad respecto al estilo de Hugo Chávez y, segundo, su carácter intencionado.
A dicho respecto, es relevante recordar que el expresidente de la nación, antes de su defunción, fue conocido por prácticas populistas que, definitivamente, resultaron de gran impacto negativo para el país. Aunque percibirlo era considerablemente difícil, pues el auge en los precios del barril del petróleo hicieron de Venezuela un Estado imposible de empobrecer de forma notoria, accionares como la expropiación dedocrática de diversas empresas privadas, por mencionar el ejemplo que, actualmente, más aflicción genera sobre el país, demostraron el talante autoritario del gobernante, quien pretendía hacerse con el aparato productivo del país en su totalidad. Esto, claro está, no nace de una verosímil intención de intentar desenvolver mejoras en la economía venezolana sino que, de manera completamente antagónica, surge de una intencionalidad política, no económica.

La Ley de Abastecimiento Soberano y de Precios Acordados, establecer la figura de fiscales desde los Consejos Locales de Abastecimiento y Producción, la Ley de la Promoción y protección de la inversión extranjera en Venezuela, entre otras determinadas ante la Asamblea Nacional Constituyente en 2017, no hacen más que afianzar lo hasta ahora afirmado. Y, no, no es culpa de incompetencias de Ramón Lobo, quien fuese presidente del Banco Central de Venezuela y Ministro de Economía y Finanzas un par de años atrás, ni es culpa de Simón Zerpa, quien hoy ocupa el último cargo mencionado, pues resulta más que inaudito que ellos, en sus formaciones, al igual que todo el gabinete que los respalda, sean capaces de genuinamente considerar que las decisiones llevadas a cabalidad pueden tener un impacto positivo. No, sus decisiones siempre han sido premeditadas, sólo que enfocadas a la destrucción sistemática del aparato económico de Venezuela para generar las condiciones necesarias para su establecimiento perpetuo dentro del poder.
En base a estas filosofías, Nicolás Maduro, quien hoy se encuentra como detentor del poder, afronta una Venezuela que no pertenece a un mercado con los mismos precios del barril de petróleo y que, además, ha quedado notablemente resquebrajada después de años de despilfarros y dilapidaciones. Por ello, que tan sólo para abril de 2018 ya se hubiesen llevado a cabo tres aumentos salariales, nueve desde enero de 2017 y 44 cuando abarcamos las últimas dos décadas de gobierno, es una clara señal de cómo ha apelado al desconocimiento popular en materia económica para generar la ilusión de progreso, tanto a nivel nacional como a nivel internacional.

Sin embargo, una vez, en el mes de agosto, se ancla el salario mínimo al recién anunciado Petro, una criptomoneda sin validez, legitimidad o confianza sobre la que posicionarse, se concluye nuevamente que el objetivo no recae, en ningún momento, en revertir la debacle actual del territorio. Este movimiento, específicamente, se realiza en aras de la imperiosa necesidad del gobierno venezolano de percibir divisas para poder continuar con los subsidios que, a día de hoy, garantizan su pertenencia en Miraflores, pretendiendo atraer inversores con la falsa ilusión de avance tecnológico y adaptación a los tiempos modernos, mientras que, paralela e indirectamente, reconoce el control de cambio como una aplicación fallida al atar el sueldo a una moneda cotizada en el precio del barril del petróleo, es decir, dólares, estos estimados según el precio del mercado paralelo.
Así, pues, Venezuela afronta una interesante serie de escenarios para 2019. La reciente asunción de Juan Guaidó, ampliamente reconocido como Presidente (E) de Venezuela, tendrá un gran impacto ya que las diversas potencias occidentales lo reconocen como Jefe de Gobierno y Jefe de Estado, por ende, las negociaciones internacionales serán realizadas con él y su equipo, y no con el séquito de Nicolás Maduro. Ahora, teniendo esto en consideración y los bloqueos económicos para con el ilegítimo Ejecutivo, junto al congelamiento de sus cuentas en el exterior, la prohibición de negociaciones con PDVSA (la principal garante de ingresos del gobierno) y el acceso de auxilios económicos que no estarán destinados a las manos del sucesor de Chávez, el asedio se ha vuelto más intenso y, a medida que pasan los días, sus opciones se vienen a menos, mientras que las opciones de la oposición aumentan. El país, sin embargo, está atravesando el umbral de lo que será una etapa económicamente oscura pues, de seguir Maduro, los bloqueos económicos terminarán de mellar una economía importadora ya destruida y, de asumir Guaidó, se aproximan modificaciones al sistema actual –liberación de control de cambio, reducción de subsidios, aumento de los precios del petróleo y los servicios públicos, etc.- cuya transición será ardua, en especial para una ciudadanía que no conoce tales definiciones.
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